domingo, 1 de febrero de 2009

Palladio: la batalla por el alma de un arquitecto.

A través del Sr. Lucien Steil nos llega esta noticia, publicada en The Guardian el 30 de Enero de 2009.

Autor: Steve Rose.

Traducción: Pablo Álvarez Funes.

 

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Palladio: la batalla por el alma de un arquitecto.

 

Con motivo de la última exposición de la Royal Academy sobre la obra de Palladio, dos espectros arquitectónicos opuestos están desesperados por reclamarlo para sí mismos.

 

Si el arquitecto renacentista Andrea Palladio estuviera vivo hoy, ¿qué podría estar diseñando? ¿Podría el abuelo de la arquitectura occidental seguir haciendo edificios clásicos, o estaría trabajando en un estilo más deconstructivista? ¿Se pondría de lado, digamos, del Príncipe Carlos, o de Norman Foster? La pregunta es hasta cierto punto extravagante, pero 428 años después de su muerte, el legado de Palladio –y por extensión toda la arquitectura clásica- sigue siendo objeto de apasionados debates. Una parte reclama el clasicismo como el lenguaje de la historia y el buen gusto, y que deberíamos seguir usándolo; la otra parte lo ve como anacrónico, redundante y conectado con valores pasados. La apertura de una nueva exposición sobre Palladio parece haber avivado esta antigua polémica una vez más.

 

Lo divertido de esto es que arquitectos de todas las tendencias están dispuesto a reclamar a Palladio como uno de los suyos. “Sólo tenemos que esperar”, dice el arquitecto Robert Adam. “Muchos de ellos acudirán a la exposición. Richard Rogers dirá: Soy realmente palladiano, y lo mismo hará Norman Foster. Los modernos dirán que es cuestión de proporciones y ritmo y ya está.”

 

“Esta es la forma en que gente que no está apenas interesada por la historia, lo reclama para sí. Lo cogen y los abstraen de tal forma que nadie, excepto ellos y sus amigos, podría reconocerlo”.

 

Adam es, sin ninguna duda, lo que podríamos llamar un tradicionalista. Su estudio es el mayor de Europa que practica lo que el denomina “diseño clásico progresivo”. Eso podría significar desde grandes casas de campo hasta oficinas al último grito tecnológico, todo traducido al un vocabulario clásico de columnas y capiteles, pórticos y frontispicios. En otras palabras, el vocabulario que Palladio sacó de las ruinas de la Antigua Roma, aplicó a las villas de los terratenientes del Véneto del siglo XVI, y que a través de sus famosos Cuatro Libros de Arquitectura enseñó a usarlo a otros arquitectos. Aunque las formas clásicas se han reinterpretado desde entonces, las cosas cambiaron a principios del siglo XX, cuando las formas clásicas fueron abolidas o simplemente descartadas por revolucionarios modernos como Le Corbusier, Mies van der Rohe y Walter Gropius a favor de un lenguaje más simple y puro que reflejara el espíritu de una época y las posibilidades del hormigón, vidrio y acero.

 

Pero los modernos siguieron inspirándose en Palladio. Se pueden establecer comparaciones entre las plantas de las villas más conocidas de Le Corbusier y las de Palladio, por ejemplo, y los arquitectos contemporáneos argumentan que la obra de Palladio es mucho más que detalles clásicos. “Obviamente están la geometría y las proporciones”, dice Chris Wilkinson, de Wilkinson Eyre Architects, quien una vez se llevó a todo su estudio para ver en persona la obra de Palladio. “Pero además me llamó la atención la elegancia y simplicidad de sus edificios. Muchos son muy, muy sencillos. Por ejemplo me sentí tremendamente impresionado al oír que la elegante rampa de acceso al piano nobile de la Villa Emo, no sólo fue diseñada para que uno pudiera llegar hasta el pórtico de entrada a caballo, sino también como superficie de trilla en época de cosilla. Me pareció tan práctico.”

 

Sin embargo, los tradicionalistas se están defendiendo -y ganando terreno, dicen. El pasado septiembre, en la Fundación Príncipe de Gales, se inauguró otra exposición para conmemorar los 500 años del nacimiento de Palladio, titulada “Nuevos Palladianos”. Esto permitió reunir el trabajo de arquitectos clásicos de todo el mundo, con la intención de “establecer un contrapunto creíble a la constante erosión de los pilares de la tradición arquitectónica”. Se expuso la obra de reconocidos arquitectos clásicos, incluyendo a Adam, Quinlan y Francis Terry, y Leon Krier (la mano directora de Poundbury en Dorset). Los proyectos oscilaban entre historicistas casas de campo y proyectos de planificación urbana históricamente sensibles; el conjunto de la exposición, hay que decirlo, parecía el despacho de un agente de la propiedad.

 

Uno de los organizadores de la exposición fue Alireza Sagharchi, secretario del Traditional Architecture Group, una asociación de arquitectos con inquietudes similares. Él establece una comparación entre las lenguas clásicas y el Inglés, y argumenta que si todavía podemos entender las novelas Victorianas o Georgianes es precisamente porque no hemos reinventado el lenguaje desde el principio. “La forma en que proyectamos un edificio para dar respuesta a un conjunto de valores o necesidades no ha cambiado, y no vemos por qué esto debería cambiarse”, dice Sagharchi.

 

“Así es como se mantiene la continuidad y la tradición; ésos son los valores que estamos comunicando. Creemos que son fundamentales para nuestra supervivencia."


“Pueden decir que hay sitio para ambos en nuestro mundo plural, pero – al menos desde su punto de vista- los tradicionalistas han sido anulados. Aunque muchos modernos digan que cada uno puede hacer lo que quiera”, dice Adam, “lo cierto es que ellos (los modernos) no nos quieren”.

 

Adam cree que el cambio está en el aire. Predice que la actual crisis significará el fin de los rascacielos modernos y las formas alocadas que han venido a representar a la altiva arquitectura de los últimos años, del mismo modo que la recesión de los 90 eliminó el atractivo de la arquitectura posmoderna. “Edificios como el Pepinillo y la torre Beetham de Manchester pronto estarán tan desfasados como esas reliquias de los 80”, dice el clasicista. Así, el público preferirá el mensaje sólido y seguro que sólo puede provenir de la arquitectura tradicional. El testigo abandonado en el siglo XX será retomado otra vez, continúa argumentando, y la modernidad será vista como un momento aislado de locura.

 

Pero la división es más acentuada. La Modernidad con M mayúscula ya no es lo que era. Hasta los modernos más reaccionarios admiten que los principios originales de planificación del Movimiento Moderno, bulevares amplios, directos, y megabloques de vivienda estaban irremisiblemente equivocados. Ahora hacen una planificación urbana de forma muy reconocible para los clásicos.

 

Incluso los que han inventado un nuevo lenguaje y se han desmarcado del debate entre clásicos y modernos, también reclaman a Palladio como una influencia. Este verano el estudio de Zaha Hadid creó dos instalaciones interiores en la Villa Foscari, de Andrea Palladio: complejas y arremolinadas esculturas basadas en las armónicas proporciones del interior de la villa. Este es exactamente el tipo de estilo anti-histórico y abstracto del que se lamenta Adam. Pero Patrik Schumacher, un socio del estudio de Hadid, cree que ése es el estilo que Palladio adoptaría si estuviera vivo hoy. “El esquema social de la villa fue magnificado en este orden cristalino y geométrico”, dice. “Tratamos de hacer algo similar. Igualmente estamos obsesionados con la idea de un orden intrínseco”.

 

La idea de que Zaha Hadid es la legítima heredera de Palladio horrorizaría sin ninguna duda a Robert Adam y quienes piensan como él, pero como apunta Schumacher, Palladio era un gran innovador en su tiempo. Así como él era un devoto y fiel custorio de los valores clásicos, un esteta intuitivo, un artesano, y un arquitecto con un don para expresar la posición social de sus ricos clientes… Después de todo, tal vez no sea tan raro imaginarse a Palladio diseñando a través de programas de Diseño Asistido por Ordenador.

 

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Este artículo viene a confirmar en primer lugar que los arquitectos rabiosamente contemporáneos, ésos que durante años han renegado con soberbia de la historia, y se han reído del público que no entendía ni sus obras y que si las aceptaba era sólo a partir de unos intrincados razonamientos publicitarios que formaban parte de la propaganda de estos propios arquitectos. Recurrir a la antigüedad para nuevamente reducirla al insulso juego de formas puras y proporciones que ya hizo Le Corbusier ha demostrado ser un camino que justifica los mayores desmanes arquitectónicos en nombre de una realidad que ni creen ni respetan. El análisis del Sr. Adam es muy acertado al matizar que la era de la arquitectura mediática pronto encontrará nuevas divas y que los actuales dioses serán destronados; la afirmación de que es el turno de los clasicistas tiene cierto sentido habida cuenta del hastío que produce en la población esas formas tan alocadas y chillonas, que de tanto querer transmitir no transmiten nada. La nueva arquitectura surgida de la crisis de la Modernidad y la Posmodernidad, como el mundo que le ha tocado vivir, ha adolecido de una auténtica crisis, por no decir ausencia, de valores, que, combinados muchas veces con estrategias de barraca de feria, han contribuido a endeudar a las ciudades con inútiles “efectos Guggenheim”.

 

Se inicia un tiempo de moderación frente a los excesos arquitectónicos que hemos vivido. Y no podemos sino afirmar con optimismo, que los clasicistas tenemos mucho que decir ahora que se ha demostrado que ni el menos es más, ni el menos es aburrido. Pensar en la incompatibilidad de la arquitectura clásica y las nuevas tecnologías es una falacia que lleva años argumentando el Sr. Adams. Para él, la tecnología ha convertido a los arquitectos en esclavos; a diferencia de otros clasicistas, que siguen recurriendo exclusivamente a los modos de representación gráfica tradicionales (tablero de dibujo, lápiz y tinta), su estudio no ha dudado en incluir el diseño asistido por ordenador como forma de trabajo. Al fin y al cabo, pregunta irónicamente, si calcular el éntasis de una columna por ordenador no le convertiría también en arquitecto de alta tecnología.

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