viernes, 29 de enero de 2010

Patrimonio "Histérico"

Intervenir sobre el Patrimonio es un asunto muy delicado y que requiere una sensibilidad histórica que trasciende el frívolo hacer de los ejercicios de proyectos arquitectónicos. Tanto un conservacionista que pretendiere recuperar un estado previo románticamente idealizado como el arquitecto que, como si de un mal grafitero se tratase, quiere dejar su firma y la impronta de los tiempos modernos allá donde lo lleven los trazos de su lápiz, encuentran una legislación que les impone crear escenarios inverosímiles como la destrucción de la historia en nombre de un progreso mal entendido. Sin embargo, iniciativas realmente necesarias y originales a menudo chocan con una ortodoxia burocrática que, por no querer tomar partido de nada, condena al patrimonio a la natural indiferencia de la visita a un Museo. ¿Qué es, pues, esa ortodoxia burocrática que a tantos arquitectos trae de cabeza?

A pesar de la aparente heterogeneidad de las Leyes de Patrimonio en España, una por cada Comunidad Autónoma, éstas se parecen mucho entre sí, comparten criterios comunes que eviten conflictos a nivel nacional y beben de una fuente común que es la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español. Ésta ley recoge toda la legislación patrimonial previa, la adapta a los nuevos criterios de los organismos internacionales, y sirve de base para las diferentes leyes autonómicas posteriores. Su artículo 39 define genéricamente los criterios de intervención.

1.- Los poderes públicos procurarán por todos los medios de la técnica la conservación, consolidación y mejora de los bienes declarados de interés cultural así como de los bienes muebles incluidos en el Inventario general a que alude el artículo 26 de esta Ley. Los bienes declarados de interés cultural no podrán ser sometidos a tratamiento alguno sin autorización expresa de los organismos competentes para la ejecución de la Ley.

2.- En el caso de bienes inmuebles, las actuaciones a que se refiere el párrafo anterior irán encaminadas a su conservación, consolidación y rehabilitación y evitarán los intentos de reconstrucción, salvo cuando se utilicen partes originales de los mismos y pueda probarse su autenticidad. Si se añadiesen materiales o partes indispensables para su estabilidad o mantenimiento las adiciones deberán ser reconocibles y evitar las confusiones miméticas.

3.- Las restauraciones de los bienes a que se refiere el presente artículo respetarán las aportaciones de todas las épocas existentes. La eliminación de alguna de ellas sólo se autorizará con carácter excepcional y siempre que los elementos que traten de suprimirse supongan una evidente degradación del bien y su eliminación fuere necesaria para permitir una mejor interpretación histórica del mismo. Las partes suprimidas quedarán debidamente documentadas.

Cada Comunidad Autónoma desarrolla, mediante una legislación propia, estos criterios generales y aporta el concepto de entorno de protección del bien patrimonial. Con éste, se pretende mantener una unidad volumétrica, compositiva y tipológica del área circundante al monumento a proteger para facilitar su comprensión en su verdadero contexto local.

Ambas leyes derivan de la Carta de Venecia de 1964, que pone especial empeño en la conservación del “carácter” del edificio, definido a partir de la suma de todas sus intervenciones, indisolubles al mismo, y que se reafirma en la obligación de distinguir con el “sello de nuestra época” cualquier intervención que se desarrolle dentro de un conjunto patrimonial. Esto ha dado lugar a la categoría de “falso histórico”, término multiuso empleado para definir toda actuación sobre el patrimonio que no suponga una ruptura total con la historia del mismo. Aunque la voluntad original al definir el falso histórico era la de evitar las restauraciones de estilo y la “desbarroquización” de muchas iglesias y catedrales, con el paso del tiempo se ha acabado convirtiendo en un anatema que impide el correcto cumplimiento de la propia carta de Venecia, pues al querer evitar la mimesis con el carácter del edificio y destacar a toda costa la intervención, ésta acaba desvirtuando el carácter de la pieza patrimonial.

Los miembros de INTBAU revisaron en 2007 la carta de Venecia y publicaron sus conclusiones en la Declaración de Venecia: conservación de monumentos y entornos en el siglo XXI. En ellas rompían con la idea tomada de Ruskin de que había que dejar morir los edificios, todo lo más consolidarlos, y aboga por intervenciones en los mismos destinadas tanto a la consolidación como a la recuperación de sus usos primitivos. Además, desmitifica la histeria del falso histórico admitiendo la posibilidad y la necesidad de que las intervenciones armonicen con el entorno y no destaquen ostentosamente sobre los elementos que protegen. La declaración de Venecia además aboga por el mantenimiento de la configuración tradicional de masas y colores, la unidad de composición sin recurrir a la unidad de estilo y distinción honesta entre original e intervención. Por último, acepta la adición de volúmenes siempre y cuando estén armoniosamente integrados según los tres principios anteriores, a la vez que rechaza categóricamente las actuaciones donde la parte intervenida destaca sobre el elemento patrimonial por suponer esto último un daño irreparable tanto en el equilibrio de la composición como en la relación con el entorno. El espíritu de la declaración de Venecia pone un poco de racionalidad dentro del caos en el que se ha sumido la restauración en los últimos treinta años. De esta forma, rehabilita el concepto de anastylosis y el de la reconstrucción siempre y cuando haya restos y pruebas documentales suficientes para ello. La intervención, el añadido contemporáneo, deja de ser un fin en sí mismo, una forma de aplastar la historia con el habitual comportamiento de tabula rasa de la contemporaneidad, para convertirse en un medio mediante el cual el bien patrimonial recupera su función social.

A ese respecto, el Jefe del Servicio de Patrimonio Arquitectónico Local de la Diputación de Barcelona, Antonio González Moreno Navarro, aporta una interesantísima opinión. Para él la autenticidad de una intervención patrimonial no radica tanto en el contraste de la antigüedad de los materiales sino en la congruencia de las técnicas empleadas. En su artículo “Restaurar es reconstruir. A propósito del nuevo monasterio de Sant Llorenç de Guardiola de Berguedà (BARCELONA)”, publicado en la Revista Electrónica de Patrimonio Histórico nº1, de diciembre de 2007, expresa una opinión que se sale de lo común dentro del panorama de la restauración patrimonial española pero que no por ser heterodoxa es más racional y tiene más sentido común que toda la amalgama de leyes autonómicas que más que proteger los bienes inmuebles, les roban la dignidad.

“Si entendemos el monumento como suma de valores de carácter documental, arquitectónico y significativo, la autenticidad debe referirse, no tanto a su materialidad, como a esos valores, o no debe de hacerse tanto en función de la materia en sí, como del papel que ésta juega en la definición de aquellos valores esenciales. En cuanto a la materia, por tanto, habrá que valorar con distinto rasero su naturaleza, su forma, su papel (constructivo, estético, etc.) y la relación de contemporaneidad entre su presencia en el monumento y el acto (creativo o técnico) que la dispuso por primera vez. [...] La autenticidad de un elemento o del monumento en su conjunto no se basa tanto en la "originalidad temporal" de la materia o de su naturaleza, como en que sea capaz de autenticar de "acreditar de ciertos" los valores del monumento: de documentar los atributos espaciales, mecánicos y formales inherentes a los sistemas constructivos y los elementos ornamentales originales (o, incluso, en ocasiones, las señales, las huellas que la historia y los avatares han dejado en unos y otros), y de permitir la funcionalidad y la significación estética y emblemática que unen el monumento a la colectividad.”

“El que la sombra que produce una moldura, las proporciones y capacidad portante de una columna, o la luz que tamiza una celosía correspondan a las previsiones de sus autores es más definitorio de la autenticidad de esos elementos que el que las materias con que están hechas la moldura, la columna o la celosía sean las originales o no. Son más auténticos un muro de carga o una bóveda que trabajen tal y como fue previsto originariamente, aunque todos sus componentes sean nuevos, que un muro o bóveda cuyos elementos hayan sido materialmente conservados pero que hayan perdido su capacidad mecánica. La autenticidad de una dovela radica más en la manera como transmite la carga que en la antigüedad de su labra. Igual ocurre con un espacio, que será más auténtico cuanto más se aproxime al concebido por el autor o al resultante de una alteración creativa posterior , al margen de que los elementos constructivos sean los originales u otros que los hayan substituido”. Por ello, me pregunto una vez más quién puede dudar de la autenticidad del Pabellón de Alemania de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, derruido en 1930 y reconstruido entre 1981 y 1986 en el mismo solar con materiales idénticos y la misma significación cultural que tuvo la primitiva obra de Mies van der Rohe.

Debería ser otro el concepto de falso histórico aplicado a los monumentos. Al contrario de como ocurre en las obras de arte, en las obras arquitectónicas deberían calificarse así las aportaciones que, renunciando a "insertarse en el ciclo creativo", intentan disimular su cronología: como esas construcciones "históricas" hechas de fábrica de ladrillo aplacada con piedra artificial con que se completan algunos monumentos o se llenan nuestros desgraciados centros históricos protegidos en aras de "mantener su autenticidad".

En el patrimonio monumental, tan preocupante o más que el falso histórico, es el falso arquitectónico. Es decir, los elementos cuya esencia constructiva o estructural ha sido gratuitamente desnaturalizada (como esos muros despojados de sus revestimientos en aras a un absurdo pintoresquismo historicista) y la mayoría de las "lagunas", las interrupciones o faltas materiales.

Efectivamente, así como en los bienes artísticos estas lagunas no parecen afectar a su autenticidad (al contrario, es la voluntad de subsanarlas la que acostumbra a generar el falso histórico), en los bienes arquitectónicos, según nuestro concepto de autenticidad, las lagunas constituyen en sí mismas un falso arquitectónico. Una arquitectura cercenada de sus atributos esenciales un edificio sin cubierta o un acueducto que no transporta agua, por ejemplo no puede ser en sí misma auténtica, por mucho que lo sean algunos o todos los elementos constructivos conservados.


A la luz de todo lo anterior parece quedar clara la postura de quien esto escribe, favorable a la reconstrucción de cualquier elemento patrimonial, siempre y cuando exista documentación objetiva suficiente que la justifique y dicha intervención, incluso empleando materiales y técnicas completamente acordes con la construcción a la que sirve, pueda distinguirse de su original mediante suaves matices y no los violentos contrastes a los que nos tiene habituados nuestra legislación de Patrimonio “histérico”. Al igual que el arquitecto proyecta edificios para la sociedad y no sociedades para los edificios, debe actuar sobre el patrimonio de forma reverente y respetuosa, teniendo en cuenta que la suya será una aportación armoniosa más en su largo y devenir histórico y no el vanidoso remate con el que la convierte en una venerable, pero incómoda, pieza de museo.

viernes, 22 de enero de 2010

Bauhaus en lugar de nuestra casa


El grito de batalla “Bauhaus instead of our house” (Bauhaus en lugar de nuestra casa), ha concentrado a la profesión. Cegada a los problemas medioambientales, a la realidad de la industria de la construcción y, paradójicamente, al gusto y deseos de la mayoría de los compradores potenciales de casas. Es como si los arquitectos fueran entrenados para servir a gente alienígena de un planeta distante. Ellos mismos siguen viviendo, trabajando y pasando sus vacaciones en entornos tradicionales pero no ven la ironía cuando se les aplica a ellos. Al revés, cuando un estudiante o profesor muestra algo más que un caduco interés en los conceptos y técnicas tradicionales, es inmediatamente aislado de la crisálida académica como un blasfemo en una clase de teología. La escandalosa verdad es que la inmensa mayoría de las escuelas de arquitectura actuales, simplemente ha dejado de enseñar la teoría y práctica del diseño de la casa tradicional. Peor, ha borrado la materia de sus horizontes técnicos, intelectuales y artísticos.

El desgaste institucional ayuda a explicar el hecho de que, a pesar de haber contado con una inversión inmobiliaria sin igual, el último medio siglo se caracteriza por la producción tradicional arquitectónica más pobre de la historia recordada. Las medidas sin proporción, los ajustes sin criterios, el diseño sin bases y la construcción enferma se han convertido en norma en un sector que representa la inmensa mayoría del producto nacional bruto y que absorbe la mayoría de los ahorros familiares. El triunfo de la sensibilidad kitsch (la cultura de lo mezquino, lo sintético y lo falso) puede ser vista como sus inesperados resultados, la imagen deformada del espejo de la modernidad.

Irónicamente, la amenaza más seria a la cultura tradicional actual no proviene ya de la modernidad en sí misma, sino de la simulación “tradicional”.

Curiosamente, los errores se cultivan con convicción; son frecuentes y repetitivos, cometidos de forma contundente, y en ocasiones incluso con orgullo por todas las inmobiliarias, profesionales y principiantes. Son construidos por constructores y comprados por compradores. Se han extendido a lo largo de los cinco continentes y en prácticamente todas las culturas. ¿Cómo puede triunfar semejante confusión de una manera tan devastadora sin provocar una reacción organizada o protestas públicas? Y ¿por qué no colapsan los edificios en sí mismos bajo el peso de su concepción errónea?

La arquitectura clásica y tradicional se puede pensar como un lenguaje (la gramática de la construcción de edificios a partir de materiales naturales como la madera, piedra, tierra, arena, caliza.) Los errores al emplear estos materiales se ponen rápidamente en evidencia a través de comportamientos incontrolables, asentándose, partiéndose o colapsando. Incluso un genio es incapaz de hacer perdurable un error partiendo de materiales naturales. Pero los materiales sintéticos (cemento, acero, derivados de la madera, plásticos) y sus técnicas específicas de unión (fundición, encolado, atornillado, soldadura, clavado) permiten a cualquiera llevar a cabo las formas más absurdas sin enfrentarse al fracaso inmediato. Cuando estos materiales y técnicas se utilizan para imitar diseños tradicionales, la tecnología y la semántica adquieren por fuerza un recorrido de colisión que termina dejando, únicamente, incongruencias.

Leon Krier

martes, 19 de enero de 2010

Diario de Sevilla entrevista a Rafael Manzano Martos



Calle Zaragoza. Uno se acuerda de Max Estella en Luces de Bohemia: "Donde yo vivo, siempre es un Palacio", respondía el poeta bohemio al guindilla (policía) que le requería la dirección. En el caso del viejo predio donde habita el arquitecto Rafael Manzano (Cádiz, 1936) no es una metáfora. Su casa-estudio es un palacio de sabiduría. En sentido literal y figurado. Representación de una Sevilla que cada vez es más difícil de encontrar. Conservadora y, al tiempo, ilustrada. Liberal y, sin embargo, coherente. Atrevida.

-¿Alguien que dice lo que piensa sin importarle lo que opinen los demás es un inconsciente, un impertinente o alguien sincero?

-Sincero, aunque tengo que reconocer que yo parezco impertinente. Es porque pretendo conmover a esta ciudad, que parece dormida. Después me arrepiento cuando veo impreso lo que he dicho. Escrito molesta más. Es hiriente. Eso ya no me gusta. Pero uno siempre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. La gente que sabe acostumbra a guardar silencio.

-¿Cómo decía Santiago Montoto?

-Era algo así: "Mira, niño. En Sevilla hay que tener paciencia y prudencia, verbal continencia; no exhibir excesiva ciencia, y presencia y ausencia, según conveniencia". Es una receta aplicable a muchas ciudades, no creas, pero está muy bien vista para el caso de Sevilla.

-¿Decir la verdad no se estila?

-Estamos en la era de lo políticamente correcto. "Escándalo de débiles", decían los jesuitas. Todo provoca escándalo. Alguna vez he dicho que con Franco tal o cual cosa funcionaba mejor... No soy franquista. He sido siempre liberal porque soy gaditano. Los gaditanos, por propio instinto, somos liberales de nacimiento. Yo soy un producto netamente gaditano. Eso sí, reeducado en Jerez, que es la antítesis de Cádiz en lo estético, en lo social y en lo económico. Ciudades próximas y dispares. Es maravilloso tenerlas a las dos y contar con un punto de equilibro como El Puerto.

-Lo decía porque sus opiniones suelen generar ciertas reacciones.

-Levantan ampollas. Lo sé. Y eso que no estoy en contra de la arquitectura moderna más que en su sentido impositivo, por esa obligación de hacer arquitectura contemporánea. Estoy alejado de lo público porque lo que yo hago no gusta. Por eso este Premio Driehaus ha sido tan emocionante, por imprevisible.

-¿Usted es un clásico?

-Lo que he hecho en mi vida, mientras me lo han permitido, es lo que aprendí de los que me precedieron. He hecho arquitectura actual, pero poca. La clásica la hago con mayor conocimiento de causa porque la estudio. He aprendido del pasado las leyes del lenguaje arquitectónico de la España musulmana, que vienen de Roma, de lo visigótico, del arte bizantino, de Oriente. Aunque es evidente que el clasicismo debe ser renovado, porque no hablamos igual que hace cien años.

-Hay quien liga cierta idea de Sevilla con este tipo de arquitectura.

-El pueblo sevillano es inmovilista y clásico. Fiel a sus parámetros, a la ciudad que ha visto desde su niñez. Lo que ocurre es que le han cambiado muchas cosas. Quizás no se perciba del todo porque siguen ahí los grandes edificios, los monumentos: la Catedral, la Giralda y ciertos espacios que han sido menos alterados. El sevillano se agarra a eso. Y ésa es su imagen de la ciudad. El arquitecto construye arquitectura actual fervorosamente. Y los políticos fomentan su vertiente más extremista. Piensan que la arquitectura más dura es el progreso. Identifican el progresismo con la modernidad. A mí me hace mucha gracia que la Junta de Andalucía tenga una Consejería de Innovación. Existe el deseo político de que todo sea nuevo. De romper los odres viejos, como decía Menendez Pidal en relación a la poesía. La modernidad por la modernidad no existe. No es cierta.

-¿Qué es la modernidad?

-Para mí es el museo romano de Mérida, de Rafael Moneo.

-Son compañeros de curso, creo.

-De Colegio Mayor. Yo siempre tuve un perfil tradicional; él optó por la vía más moderna. En mi caso era lógico: tenía vocación de historiador. Trabajé con Fernando Chueca, que probablemente hubiera merecido este premio mucho más que yo. Estoy seguro que estará disfrutándolo en el más allá. Soy hechura suya en muchos aspectos.

-¿Este galardón reafirma su opción por la arquitectura clásica?

-Tras muchos años de atonía, aparece una institución que no sólo la valora, sino que piensa que es el futuro. Cuando la arquitectura actual agote sus parámetros, la salvación estará en el clasicismo.

-¿La gente común entiende la arquitectura contemporánea?

-Creo que no. Existe una falta de cultura arquitectónica muy grande. El regionalismo sevillano de los años 20, por ejemplo, fue muy útil para la ciudad. Sevilla no se desintegró gracias a esa arquitectura basada en constantes tradicionales. La integración fue fácil. La ciudad mantuvo esta teoría arquitectónica durante varias generaciones. A veces hay que alegrarse de que se hayan producido cosas que ahora no están de moda y que en estos tiempos no se hubieran podido hacer. La catedral de León fue restaurada en el XIX en exceso. Fue una fortuna. Ahora haríamos un engendro. Las generaciones venideras quizás se alegren de que yo haya tocado demasiado, como piensan algunos, el Alcázar de Sevilla. No me arrepiento de nada. Todo fue rigurosamente científico. En Tarancón me han encargado continuar una casa ya iniciada y he optado por hacer un peristilo neogriego. El resultado es exquisitamente elegante y tiene modernidad. Es increíble que el espíritu del dórico griego sea tan actual.

-Lo clásico no pasa de moda.

-Eso decía Juan Belmonte. Un periodista le recriminó: "Maestro, usted hace un toreo muy clásico". Y él contestó: "Me alegro mucho. Lo clásico nunca se queda viejo".

-¿Se elige lo contemporáneo por desconocimiento de lo clásico?

-Sí. No se sabe, no se conoce o no se intuye que también se puede hacer arquitectura muy moderna no exenta de clasicismo.

-¿Qué problema encuentra en la arquitectura contemporánea?

-La ausencia de un lenguaje único. La ventaja de la arquitectura antigua, sea la que sea, es que está inmersa en el canon clásico. Esto permite conciliar materiales y estilos diversos. No se ha llegado a un clasicismo de nuestra época. Y ése es el drama: no hay un lenguaje que dote de un argumento real a la nueva arquitectura. A lo sumo, algunos arquitectos muy concretos tienen su propio lenguaje personal.

-¿Y eso es malo?

-Es el caos. Como en la Expo 92. No se planteó como una arquitectura efímera y divertida, desmontable una vez acabada la Muestra. Se hizo arquitectura mala y consistente, de difícil derribo.

-¿Una frivolidad?

-Exacto. La arquitectura consiste en saber hacer bien ciertas cosas. Resolver el todo y las partes. La perfección en los detalles. La frivolidad arquitectónica se termina pagando. Eso de coger un papel, hacer un garabato y decir que puede construirse... No se puede jugar con la arquitectura.

-¿Cree que la Cartuja está bien integrada en Sevilla? ¿Es ciudad?

-Su trama urbana nunca fue buena. Repetitiva, sin espacios singulares de interés. En su concepción hubo sectarismo: no querían áreas residenciales. Tenía que ser un parque tecnológico. El error fue no permitir el tejido urbano natural, que es el residencial. Si no hay viviendas, se produce un vacío.

-El Plan General quiso hacer pisos y los empresarios se opusieron.

-Es sectarismo. Una auténtica obsesión antiurbana. Una ciudad es el espacio donde vive la gente.

-¿Por qué los arquitectos tienden a considerarse genios?

-Vivimos cierta obsesión en relación a lo genial. Pero en arquitectura no hay genios. Hay gente que la conoce mejor y peor. En la historia los genios han sido poquísimos: Miguel Ángel, Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Gropius. La arquitectura se ejercita haciéndola. Las escuelas actuales dan un título barato, rápido e ineficaz. El Plan Bolonia permitirá tener más arquitectos que albañiles, pero es más importante tener muchos buenos albañiles y arquitectos competentes.

-Si yo le digo Florentino Pérez Embid, usted ¿qué me responde?

-Mi gran cliente. Mi amigo. Admiraba mi arquitectura. Tenía fe en lo que hacía. Fue un amigo entrañable con una capacidad política y de acción sorprendente. Es quien me permitió llegar a comprender lo que es un político en acción.

-¿El resultado fue fascinante?

-Sí. Hablamos de una España muy pobre, aunque, como acaba de demostrarse, volvemos a ser pobres. Vivimos de lo de siempre: el turismo. Continuamos sin generar un tejido industrial adecuado. No trabajamos lo suficiente para exportar nuestro trabajo. Quizás seamos un país más o menos simpático, pero nos va a costar salir adelante.

-¿Cuál es la relación de la arquitectura con el poder?

-El poder es el máximo demandante de arquitectura porque considera que es una forma de expresar el dominio. Los grandes dictadores han sido siempre arquitectos. En los 70, cuando era decano de la Escuela, había alumnos que decían que con la democracia la arquitectura mejoraría. "Ya veréis que será igual de mala. O peor", les decía. Ejemplos sobran. En Roma, Sila fue el promotor de la gran arquitectura republicana. Felipe II fue otro gran dictador pero dejó una obra maestra: El Escorial. En Francia los sucesivos presidentes de la República, con el mismo afán de grandeur que los reyes, han impulsado grandes obras arquitectónica. Algunas, como el Centro Pompidou, son una basura. No me da miedo decirlo.

-¿Y ahora?

-Ahora hay obsesión por algunos nombres. Siempre los mismos. Yo siempre he hecho una arquitectura modesta y no doy abasto. Hoy día hay arquitectos que no van ni a ver las obras. Cada geografía además exige su propia arquitectura.

-¿Por qué para muchos la única imagen de Sevilla es el centro?

-El sevillano va al centro los fines de semana y en ciertos momentos estelares. Se encuentra a sí mismo en el centro. El de fuera, quizás no.

-Su visión de Sevilla es una ficción.

-Es una ciudad real, pero puntual. Queda muy poca materia sevillana por centímetro cuadrado. A ésta nos agarramos. Hay que defender que no haya más mutaciones. La imagen de la ciudad está tan deteriorada que ya no es monumental. Es un conjunto grosero y poco armonioso con monumentos, que son los menos, aunque maravillosos. El caserío popular ha desaparecido. Era un ámbito urbano con gracia y carisma. Y eso es difícil de conservar. No se consigue con una ordenanza. Al perder este tejido, todo queda descontextualizado.

-Casi todos los cambios se producen en el centro, no extramuros.
-Ahí me gustaría a mí ver a los genios de la arquitectura contemporánea trabajando. Para mí, ése es el territorio ideal de la modernidad.

-Somos centrípetos.

-Es una vieja obsesión hispalense que se refleja en los políticos. Para ellos el centro es el elemento significativo de la urbe. Donde es necesarios dejar su huella.

-¿Le gusta la Alameda?

-La comisaría tiene un impacto brutal. Es demasiado grande en relación al parcelario. Sólo tiene una virtud: la reforma es suficientemente menor para que tenga arreglo. Para mí la Alameda es una plaza-salón. Así lo planteé hace años.

-La Encarnación...

-No sé cómo será peor, si terminada o sin acabar. El problema es qué hacer ahora con eso. Siempre digo que todo problema arquitectónico sólo puede resolverse con arquitectura. Pero aquí no veo salida. Es muy dramático. Quizás cubriría todo ese artefacto con plantas trepadoreas feroces. Gigantescos árboles de los que colgara la vegetación.

-La Torre Cajasol.

-El rascacielos es muy vulgar. No es de primer orden. Me preocupa el problema del tráfico. Y tendrá gran impacto, sobre todo, en el entorno inmediato, no tanto sobre la Giralda. Para Triana será peor. El sitio no es demasiado malo para una torre. Pero la elegida quizás sea demasiado alta. Me preocupa el acabado. Puede ser una chapuza urbana.

-La biblioteca de Zaha Hadid.

-Un mal edificio. Nos traen obras de personajes que funcionan como genios en vida, pero rara vez son los mejores de su producción.

-Usted ha dicho que ya no llora más por Sevilla. Algunos incluso le han sugerido que se marche.

-A veces he pensado en tirar la toalla. Pero una ciudad en gran parte son los amigos. Profesionalmente sí fue un error quedarme. Hubiera tenido más fortuna en Madrid.

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En esta entrevista, Rafael Manzano nos revela su ideario arquitectónico, no muy alejado del que hemos venido defendiendo siempre desde este blog: la modernidad mal entendida, la ignorancia y desprecio hacia el pasado, la ausencia de sensibilidad a la hora de intervenir en los centros históricos y la cobardía de no atreverse a poner orden en las periferias plenamente modernas, donde en tantas ocasiones se demuestra su fracaso.

Acusado tantas y tantas veces de defender una Sevilla inmovilista, que es la que precisamente quiere el inconsciente y la memoria colectiva sevillana, Manzano no tiene reparos en criticar el ansia de modernidad de la Junta, que más que modernizar pretende barrer y sustituir la Andalucía tradicional y que, salvadas las diferencias sociales de antaño, ha demostrado ser rica en patrimonio y costumbres.

Sus opiniones al respecto de las tres (des)gracias sevillanas son claras y contundentes. Reflejan el sentir general no ya de la ciudad, sino de las instituciones más relevantes del mundo del Patrimonio, quienes ven con preocupación como un mal entendido efecto Guggenheim está acabando con una ciudad de rancio abolengo que cada día tiene menos de abolengo y más de rancia modernidad.

viernes, 15 de enero de 2010

Video oficial del premio Driehaus 2010. Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame

Traducción:

Rafael Manzano Martos, galardonado con el premio Richard H. Driehaus 2010, es un arquitecto español conocido por su interesante visión del mudejar. La arquitectura mudéjar es una mezcla de influencias cristiana e islámica que surge en la Península Ibérica a partir del siglo XII. Manzano es un maestro en este estilo, que combina con un profundo conocimiento de la arquitectura vernácula occidental es islámica, lo que le ha permitido crear una original producción arquitectónica que aplica los principios del mudéjar en un contexto contemporáneo. La obra de Manzano incluye residencias como la de Chueca Goytia en Sevilla o Curro Romero en Marbella. Su influencia dentro del arte islámica se evidencia en su diseño para un hotel en Mosul (Irak) o para un resort de hoteles y distrito comercial en Riyadh, en Arabia Saudí. Nacido en Cádiz el 6 de noviembre de 1936, Manzano se licenció en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1963. Además de su ejercicio profesional en España y Medio Oriente, su carrera incluye restauraciones, planificación urbana y docencia. A día de hoy, Manzano imparte clases en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla.

El galardonado con el premio Herny Hope es Vincent J. Scully. Scully entró en la Universidad de Yale a los 16 años, iniciando una relación de más de 70 años de la que es profesor emérito de Historia del Arte. Gracias a sus esfuerzos se han preservado numerosas obras arquitectónicas que de otra manera habrían desaparecido. Autor de más de una veintena de libros, Scully es miembro emérito del National Trust para la Preservación Histórica y receptor de la Medalla Nacional de las Artes.

jueves, 14 de enero de 2010

Rafael Manzano Martos, ganador del premio Richard H. Direhaus.

Como ya apuntamos en un post previo, Rafael Manzano optaba a este prestigioso galardón, que al final ha obtenido. Reproducimos a continuación el acta del fallo del Jurado, redactada por Michael Lykoudis, decano de la cátedra Francis and Kathleen Rooney de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame (EEUU).

Rafael Manzano Martos, arquitecto español conocido sobre todo por su habilidad con el estilo mudéjar, recibirá el premio Richard H. Driehaus 2010 de arquitectura clásica. La entrega tendrá lugar el 27 de marzo en Chicago. El galardón, con una dotación de 200.000 dólares, se entrega anualmente a un arquitecto que brilla por su ejercicio dentro del mundo de la arquitectura clásica. Supone la más importante distinción del clasicismo dentro de la construcción en el mundo contemporáneo.

El trabajo de Manzano es un ejemplo de expansión de cultura. El estilo mudéjar emergió como un estilo que mezclaba influencias musulmanas y cristianas durante el siglo XII en la península ibérica. Como experto en este estilo, tanto dentro del mundo occidental como árabe, Manzano ha diseñado hoteles y otros edificios comerciales así como casas y urbanizaciones a lo largo de toda España y oriente medio. Sus obras más conocidas incluyen las casas de Chueca Goitia en Sevilla o la de Curro Romero (ahora propiedad de Julio Iglesias) en Marbella. Su fluidez dentro del estilo islámico queda patente en sus diseños para un hotel en Mósul, Irak, o para un resort de hoteles y distrito comercial en Riyadh, en Arabia Saudí. Otro ejemplo es el palacete de Faisal Hassan Jawal en Bahrain, actualmente en construcción.

De forma conjunta, el legendario profesor y conservacionista de Yale, Vincent J. Scully, recibirá el premio Henry Hope Reed con una dotación de 50.000 dólares.

Vincent J. Scully, galardonado con el premio Henry Hope Reed, entró en la Universidad de Yale a los 16 años, iniciando una relación de más de 70 años. Scully, profesor emérito de Historia del Arte en Yale, es todo un icono de la Universidad y uno de sus miembros de más influencia. Gracias a sus esfuerzos se han preservado numerosas obras arquitectónicas que de otra manera habrían desaparecido. Desde la “renovación urbana” de las décadas de los 60’ y 70’, Scully ha condenado la expansión desmesurada de las ciudades y ha abogado por un diseño urbano sostenible y habitable. Autor de más de 20 libros, Scully es miembro emérito del National Trust para la Preservación Histórica y receptor de la Medalla Nacional de las Artes (el máximo honor con el que EEUU reconoce la labor de artistas, patrocinadores y mecenas).

“Rafael Manzano Martos descubrió su amor por la arquitectura en el sur de España donde nació. Tanto en Cádiz, como en Sevilla, Granada y Córdoba, su trabajo refleja con unidad los legados culturales de un entorno en el que reina una rica diversidad de estilos. Sus edificios hablan el lenguaje universal de la arquitectura clásica con un claro sello español. Por su inspiración y habilidad para aplicar los ideales clásicos a la arquitectura vernácula local; por su capacidad para combinar numerosas influencias culturales en un producto final firme y con identidad; por su respeto al pasado y su legado al futuro, el jurado del premio Rchard H. Driehaus se enorgullece de honrar con el galardón a Rafael Manzano Martos para esta edición de 2010”.



El jurado se reunió durante el pasado mes de noviembre en Washington DC para seleccionar a los dos galardonados del 2010. El jurado estaba compuesto por Richard H. Driehaus (fundador y director del Driehaus Capital Management), Michael Lykoudis (Decano de la cátedra Francis and Kathleen Rooney de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame), Robert Davis (fundador y ejecutor de Seaside, Florida), Adele Chatfield-Taylor (presidenta de la Academia Americana en Roma), Paul Goldberg (Critico de Arquitectura para The New Yorker), Léon Krier (premio Driehaus inaugural) y David M. Schwarz (Director de la firma David M. Schwarz Arquitectos). En anteriores ediciones, las reuniones del jurado han tenido lugar en París, Praga y Buenos Aires. La Habana será el destino para los premios del 2011.

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Desde Reflexiones sobre un Clasicismo Contemporáneo queremos mostrar nuestra más calurosa felicitación al Profesor Manzano. D. Rafael es el primer español en recibir este premio, contrapeso al Pritzker, y uno de los grandes referentes para la conservación del Patrimonio en nuestro país.

Alcázar de Sevilla. Patio de la Montería y Fachada del Palacio de Pedro I antes y después de su restauración.

Alcázar de Sevilla. Patio de las doncellas; en su última restauración se descubrió un jardín semienterrado medieval.

Su perfecto conocimiento de la raices vernáculos de la arquitectura española ha sabido encandilar a un jurado experto en el neopalladianismo anglosajón pero siempre dispuesto a indagar, reconocer y divulgar a todos aquellos arquitectos que hacen gala de su conocimiento de la tradición constructiva en su práctica profesional. Ya el año anterior el galardonado fue el egipcio Abdel-Wahed El-Wakil, toda una institución para la arquitectura islámica tradicionalista, y con el reconocimiento del español este año parecen sentarse las bases para una internacionalización del premio (antes reducido al ámbito de Estados Unidos y Reino Unido).

Esperemos que, en ámbito nacional, esto sirva para librarnos de los estigmas que sufre el tradicionalismo hispano, tildado por muchas mentes preclaras de nuestras escuelas de arquitectura de retrógrado, pastiche o fascista (cuando, en palabras de Quinlan Terry, la arquitectura es tan neutral como los colores en la paleta de un artista). Esperemos también que pueda resurgir un interés en esta arquitectura que la libere de las cargas de ese mal llamado clasicismo moderno y permita a profesionales y estudiantes comprobar las ventajas tanto de la construcción vernácula como de nuestro particular clasicismo hispano (desde Diego de Sagredo hasta el propio Rafael Manzano).

jueves, 7 de enero de 2010

Ara Pacis (VI): La propuesta de Michael Lykoudis

Michael Lykoudis, junto a Marianne Cusate, Mark F. Gage, Cristiana Gallo, Erin D. Moran, Stella Papadopoulo y Andrea E. Peschel, propone una abigarrada trama medievalizante y pintoresca que recupera el entorno del Mausoleo previo a las reformas de Mussolini añadiendo pequeños espacios públicos que conectan todos los elementos del tejido urbano buscando integrar armónicamente las estructuras conservadas con los nuevos edificios. Éstos emplean materiales, técnicas y tipologías tradicionales con las que enlazar con la trama histórica.

La propuesta gira en torno a cuatro aspectos con los que se diferencia de las anteriores. En primer lugar, cabría destacar la integración del Mausoleo dentro del nuevo tejido urbano, dejando libre únicamente parte de su perímetro tal como se observa en el mapa de Nolli. Segundo, su reconstrucción para convertirlo en biblioteca y museo. Tercero, la reubicación del Ara Pacis en un nuevo edificio con forma de templo. Y por último, la relación en el río en dos niveles, mediante escalinatas menos elaboradas que dan lugar a dos grandes plataformas, una al nivel del río y otra al nivel de la actual vía Ripetta.

La restauración del Mausoleo es bastante agresiva y obvia su carácter original para dar una imagen de nuevo panteón o de rotonda paleocristiana, con un razonamiento violletiano que identifica estas arquitecturas como más acordes con la Roma contemporánea que las propias estructuras imperiales. Cabría destacar su nuevo acceso, a modo del atrio y nártex de las basílicas constantinianas.

Frente a la monumentalidad piranesiana de anteriores propuestas, la última presentada al concurso restringido convocado por Gabrielle Tagliaventi puede parecer más romana que la propia Roma y consigue crear un entorno reconocible dentro del caótico urbanismo de la ciudad eterna.

viernes, 1 de enero de 2010

Rafael Manzano, candidato al premio Driehaus

Rafael Manzano Martos (Cádiz, 1936), catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla, ha sido nombrado candidato al Premio Richard Driehaus en su edición de 2010. La noticia, que ha pasado bastante desapercibida en los medios de comunicación y dentro de la propia Escuela de Arquitectura (pinchar para ver enlaces), es un gran reconocimiento a la trayectoria de este arquitecto y coloca a Sevilla y a España en el ámbito del Nuevo Clasicismo. Su candidatura viene avalada por el arquitecto Luxemburgués Leon Krier, primero en recibir el premio Driehaus.

El premio Richard H. Driehaus, creado por el magnate estadounidense homónimo, es un galardón otorgado en vida a un arquitecto cuyo trabajo personifique los principios clásicos y tradicionales de la arquitectura y el urbanismo en la sociedad contemporánea, a la vez que genera un entorno positivo, duradero y con vocación artística y cultural. Este magnate americano, apasionado por la arquitectura tradicional, creó el premio en 2003 como contrapeso al conocido Pritzker (que premia la contemporaneidad de las soluciones proyectuales). La Universidad de Notre Dame en Indiana es la encargada, mediante un jurado que preside el Sr. Driehaus y el Decano de la Universidad, de seleccionar a los aspirantes al premio.
El profesor Manzano es un referente para la docencia de Historia de la Arquitectura en la Escuela de Sevilla, destacando sus clases sobre la Antigüedad Clásica y la Arquitectura de la Edad Moderna. Como profesional cabe destacar sus magníficas intervenciones en el teatro de la ciudad romana de Itálica (Sevilla) y en las ruinas de Medina Azahara (Córdoba) y su labor restauradora en el Alcázar de la capital hispalense, del que llegó a ser alcaide. Su obra de nueva planta busca los invariantes vernáculos de la arquitectura española en general y andaluza en particular, dando a sus edificios el toque especial del barroco tardío y neoclasicismo hispano.

Salón Rico de Medina Azahara (Córdoba, España). Vista aérea e interior

Casa La Manzana, (Sotogrande, España). 1983

El día 8 de enero se conocerá el ganador de este premio, que empieza a trascender los límites del nuevo clasicismo anglosajón para poner en valor a esas figuras aisladas (el propio Rafael Manzano apunta humildemente que un verdadero merecedor del premio habría sido D. Fernando Chueca Goytia) que quieren aunar tradición y modernidad, superando los viejos prejuicios arquitectónicos contra el clasicismo instaurados tras la Segunda Guerra Mundial. De resultar ganador el señor Manzano, España entera vería reconocida una tradición practicada a las sombras, con miedo a ser señalada y vilipendiada no ya por un movimiento moderno caduco y superado, sino por una nueva modernidad soberbia e ignorante con su pasado y sus raíces y que confunde, como tantas veces hemos denunciado en este blog, opciones arquitectónicas con opciones morales y políticas.